Albacete, a ritmo de baile: Historia de una ciudad que nunca dejó de moverse

De los ateneos a las salas de fiestas. El baile como espacio de libertad y modernidad
Charlestón, fox-trot y pasodobles. La revolución musical que agitó las pistas en los años 20
Capitol, La Bolera y Whisky Club. Así nació la noche albaceteña entre flirteo y música en directo
Pioneras. Xandro's, Galaxy, Skorpios o El Paraguas, templos del ocio juvenil del tardofranquismo
Francisco Márquez. El DJ que desafió la censura de la dictadura desde la cabina de sonido
Decía la popular bailarina y coreógrafa norteamericana Martha Graham que la danza es el lenguaje oculto del alma. Quizá, no será para tanto, pero nadie cuestiona que es una forma amena de inhibirse de los quebraderos de cabeza cotidianos. Y por eso, siempre, el baile ha estado entre las aficiones preferidas de los albaceteños y albaceteñas. El origen de las salas de baile no se remonta a los años 50 y 60 del pasado siglo, ni a la década de la Transición o a los años de la Movida. No, sino que arranca muchas décadas atrás, aunque el furor por este tipo de locales se acrecentó en los años 20 y en la II Segunda República.
Colectivos y clubs sociales, muchos de ellos de izquierdas, dedicaban buena parte de su actividad a la organización de bailes. Ateneo, Casino Primitivo, Círculo de Bellas Artes, Casino Artístico, Liga de Dependientes, Círculo Ferroviario o La Grillera, sociedad que, por cierto, se llevó algún que otro disgusto por sus juegos prohibidos. Y los momentos más estuosos en estas organizaciones llegaban con los bailes de Navidad o de Carnaval, junto con las verbenas veraniegas o las fiestas feriales.

Comparsa del carnaval de Albacete denominada "los Pichis" con la bandera republicana al fondo. Los bailes de Carnaval eran de los más típicos en los años 20 y 30 en Albacete. / LUIS ESCOBAR (PATRIMONIO DIGITAL DE CASTILLA-LA MANCHA)
La música que protagonizaba sus bailes era muy variada, desde pasodobles a fox-trop, pasando por la mazurca, el scheting, el java o el shimmy, estilo musical del que fue una precursora Gilda Gray. Y una de las grandes novedades que vino a revolucionar en aquel momento las pistas de baile fue el charlestón. Y como muestra, este artículo publicado a mitad de la década de los 20 en la prensa albaceteña, en el que se enfrentaba el flamenco con los ritmos importados de otros lares. "Con el dancing, las músicas norteamericanas, los brinquitos del charlestón, las bebidas coloreadas", lo que no podía ser más opuesto al producto nacional, "dos civilizaciones" completamente diferentes, se apuntaba.



De izquierda a derecha, Círculo Mercantil, Casino Primitivo (arriba) y Salón Japones del Casino Artístico.
Y en 1927, la moda por estas danzas ya irritaba sobremanera a parte de la sociedad albacetense, que se definía como culta. Esta columna de opinión, publicada por El Diario de Albacete, no dejaba lugar a dudas. "La pollada, esos jovencitos que van para médicos, para abogados o para ingenieros, como sus padres, para que no se pierda la idiota costumbre española de agitar su cuerpo, destornilla su esqueleto en la danza de moda, el charlestón, con la ayuda de unos feos pantalones, que llaman de moda y que les resta una línea de la que debieron sentirse orgullosos". Y no se quedaba ahí la cosa, ya que el artículo añadía sobre los danzantes: "Ellos, que saben que por mucho snobismo y barniz, han de dar con sus huesos en la provincia, y que la provincia reclama siempre sus costumbres, y que no podrán ser, aunque se opongan, otra cosa que lo que la provincia quiera".
Los locales de baile siempre fueron esos lugares donde los jóvenes, al margen de la vigilancia familiar, podían disfrutar de la música moderna y practicar el flirteo, una nueva forma de relacionarse y expresar la sensualidad. Un fenómeno que no solo transformó las costumbres sociales, sino que también promovió una mayor libertad afectiva.
La primera sala de fiestas
Viajamos en el tiempo, cuando esos círculos culturales dieron paso a las salas de fiestas, y entre las más famosas, la ubicada en los bajos del cine Capitol, uno de esos lugares que marcaron el inicio de una vida nocturna diferente. La sala de fiestas Capitol, nuestro particular Chicote, vivió varias etapas, que arrancaron en la mitad de los años 40, cuando se presentaba en la prensa como "el primer establecimiento en su género en la ciudad", una "instalación modelo en las de su clase" por la que pasaron numerosos artistas, y en la que se vulneraba la Ley Seca de la Libertad que imponía el régimen. Su historia acabó con la del propio cine, en 1974, cuando se demolió el pionero Capitol, con todos sus recuerdos dentro.

La sala de fiestas Capitol estaba en el edificio del cine del mismo nombre.
Otro de los espacios más que recordados fue La Bolera, una sala de fiestas al aire libre situada junto al actual Paseo de Circunvalación, frente a Parque Sur, donde la pista de bolos convivía con la música y los conciertos en directo. Su historia comenzó en 1955. Y desde el verano de 1966 fue el Whisky Club, que ofrecía al público más de 2.500 metros cuadrados de diversión.
Cuando se inauguró, el periódico local dijo que Albacete era ciudad de "verano cortito", pero de "noches la mar de agradables". "Sólo que hay muy pocos lugares donde ir a pasar el rato, en especial, para la juventud", por lo que este renovado establecimiento fue recibido por los jóvenes albacetenses "alborozados", ya que les ofrecía la posibilidad de disfrutar de "conjuntos de esos modernos, con vocalistas para bailar al son de las melodías modernas, patines y otros atractivos, Albacete la nuit, como se dice ahora".
Entre los primeros grupos que pasaron por el escenario de Whisky Club, regentado por Vicente Haya, Los Jabels y Los Ronny, que abarrotaron esa terraza de verano con más de un millar de personas en su primera sesión, y para la que las entradas se pusieron a la venta a 40 pesetas por pareja y a cinco duros la localidad individual, unos precios "módicos", según La Voz de Albacete. Con el paso de los meses, a este local, que celebró numerosas veladas de boxeo, se incorporaron grupos como Los Trasgos o Los Lider's Jazz, junto a artistas de renombre como Bruno Lomas o Albertina Cortés.


El propio Vicente Haya fue quien impulsó, en la calle Dionisio Guardiola, otro local de baile y actuaciones, Le Petit Palais, que abrió sus puertas el 31 de diciembre de 1968 con un gran cotillón de Nochevieja, y en el que, durante su amplia trayectoria, actuaron artistas de la categoría de Lorenzo Santamaría, Camilo Sesto, Los Pekeniques y Los Puntos. Haya Valero, con su empresa Onasa, además puso en marcha el Gran Pabellón, en la calle de la Feria, a camino entre cine de verano y sala de baile, y regentó la Caseta de los Jardinillos, además de organizar fiestas en un sinfín de pueblos.
Y en ese final de los años sesenta llegó uno de los locales más rompedores, Xandro's, la primera discoteca de la ciudad que era conocida popularmente como La Cueva, puesto que precisamente se puso en marcha en una vieja caverna para cultivar champiñones, en plena calle de la Cruz. Así lo recuerda el periodista gráfico y una de las caras más conocidas de Xandro's, Manuel Podio, quien señala que esta sala se inauguró en abril de 1969, "y todo el mundo la llamaba la cueva, porque lo era", apuntando quien fuera relaciones públicas de este local, que se cerró en 1971 "al carecer de salida de emergencia".

Sesión en la discoteca Xandro's en los años 80. / ARCHIVO DIPUTACIÓN DE ALBACETE
El ambiente era de gente "de papá" y música de importación. Con el inicio de los setenta abrió una hermana gemela en Tarancón, en la provincia de Cuenca, y fue en 1976 cuando se puso en marcha de nuevo en locales propios, en la calle Antonio Rentero, hoy Caldereros. "Se distinguía por sus fiestas semanales específicas, dedicadas al oeste americano, al futuro, para lo que se empapelaban absolutamente paredes y techos con papel de aluminio, o sesiones dedicadas al deporte, a San Isidro, a San Fermín, con capeas en Los Prados, y los Carnavales eran los mejores, porque se alquilaban trajes en Cornejo", añade Manuel Podio.
Ofrecía sesiones de tarde y noche, cerrando a las 22 horas y abriendo a las 23.30, hasta las tres de la mañana. Además, Xandro's organizaba certámenes literarios y premios taurinos. Por cierto, que en 1987 sufrió un incendio, al parecer, por un cortocircuito, que obligó a desalojar las viviendas del edificio en el que se ubicaba, reabriendo un par de años después, en 1989. Con el tiempo, dio paso al popular local El Portón.
Tras Xandro's nació otra de las discotecas pioneras de la ciudad, Galaxy, en el número 1 de la calle Carcelén. Su apertura se anunció en octubre de 1969, y se presentaba como "una espléndida sala in para la juventud pop". La Voz de Albacete indicó que con esta sala, la ciudad se incorporaba "a los tiempos y a las modas, pero con gusto exquisito, sin concesiones a lo chabacano, atendiendo a los deseos de una juventud que quiere divertirse sanamente".
Nuevas discotecas
Su director era Juan Bautista Polo, popularmente conocido como Bauti, e incorporó lo último en sonido e iluminación, y con un disc-jockey de altura, Pepe Vergara, quien fuera batería de Los Trasgos, y que pinchaba, añadía la prensa, "todas las novedades en discos, las más relevantes creaciones, primeros puestos de los hit parade mundiales, en sus idiomas originales y en las versiones de los mas destacados conjuntos y orquestas", conformando unas sesiones "que deleitan por la fidelidad de las cuidadísimas instalaciones estereofónicas". Con el paso del tiempo, Galaxy pasó a ser Milan 71, del popular empresario hostelero Pablo Peñarrubia, titular de las cafeterías del mismo nombre, una discoteca que no bajó la persiana al menos durante una década.


Interior y exterior de la Discoteca Chaplin.
Recuerdos de esas primeras discotecas que rememora Gonzalo Gil, de la página en la red social Facebook conocida como Fotos Antiguas de Albacete 2.0, quien se refiere a otros locales en los que era posible echar un baile, como el restaurante Surco, en la Circunvalación, al margen de su papel como una de las grandes cocinas durante años de la ciudad, o el Estamento, en los bajos de lo que fue el Hotel Regina, en el paseo de la Libertad. Sin duda, uno de sus platos fuertes eran los bailes, y todo ello por iniciativa del colectivo de empleados y dependientes. "Y hasta recuerdo a la Organización Juvenil Española, la OJE, que hacía bailes los domingos en sus locales de la calle Tinte", añade.
Señala además que la tercera de las discotecas en antigüedad fue Nexus, que estaba emplazada en un pequeño local en los bajos de un inmueble de la calle Doctor García Reyes, 9. Promovida por Alfonso Sánchez Cañete, obtuvo licencia municipal en 1970, presentándose como "la discoteca de la intimidad preferida por la juventud". También cambió de nombre, pasando a llamarse Calíope.
Precisamente, en 1970, el 26 de septiembre, se inauguró Zodiac Club, en el Hotel Los Llanos, que combinaba las sesiones discotequeras con actuaciones musicales en directo o puesta en escena de pequeñas comedias. Además, ofrecía paquetes que incluían una cena en el restaurante del hotel y el acceso a la discoteca hasta altas horas de la madrugada, y con consumición incluida, por 250 pesetas por persona.

Discoteca Le Paraplui.
Década intensa la de los años setenta. En 1971 abrió otro de las discotecas clásicas de la ciudad, Skorpios, en la calle Dionisio Guardiola, junto al restaurante Las Rejas. Presentada como la sala "distinguida" y "señorial", fue un proyecto del emprendedor Herminio Martínez que, tras su paso por Galaxy como uno de los promotores y con una amplia experiencia como agente comercial, se introdujo en el negocio de la hostelería y la noche, ya que a esa primera Skorpios se sumó el pub Skorpios, en la misma calle, pero esquina con Teodoro Camino, y hasta Skorpios 3, en la calle Ancha.
El Paraguas
También, a finales de 1971, el empresario Miguel Sánchez Flor desvelaba, junto con la reforma del Gran Hotel, la inminente apertura de una discoteca mítica de la ciudad, El Paraguas, Le Parapluie, y su decoración estaba inspirada, según confesó, en la pelicula Los paraguas de Cherburgo, y su tema principal, de Michel Legrand, fluía por el sistema de música ambiental del establecimiento.
«Todo gira en torno a esta motivación, desde la marquesina de entrada a sus efectos luminosos, para los que han servido de sugerencia las mejores salas de Europa ; su bóveda giratoria, en forma de paraguas, también proporcionará efectos bellísimos, aspiramos a que Le Parapluie se convierta en la gran discoteca de moda. Dispondrá de tres entradas, contando la de acceso al hotel, y por supuesto, con una gogogirl profesional », explicaba en aquel entonces el empresario que hizo popular su marca de ropa Bristol-Man.

El reformado Gran Hotel Bristol, de tres estrellas, con whiskería-club y con su cafetería snack restaurante, todo muy british, abrió el 23 de diciembre de ese lejano 1971, una inauguración que fue el reflejo de aquella sociedad del tardofranquismo en una ciudad que había renunciado a conservar los vestigios arquitectónicos del pasado, por lo que la conservación de la fachada de este histórico establecimiento fue un milagro laico.
Oficialmente, la discoteca abrió al gran público el sábado, 5 de enero, de 1972, y lo hizo con una fiesta hawaiana a partir de las 23 horas, con «collares isleños, flores tropicales, cock-tail hawaiano, frutas del Pacífico y champagne», señalaba la publicidad, añadiendo que era la discoteca «del gran sonido», con «un alarde luminotécnico, en la más elegante y distinguida, con el mejor sonido de Europa», extremo que corrobora Francisco Márquez, uno de los primeros disc-jockeys de la sala, con acceso por el hotel, pero también por la calle, entonces, Condes de Villaleal, ahora, Gaona. «La música y las noches de baile se vivían de una manera única y apasionada", señala Francisco Márquez, que se inició en el mundo de las mesas de mezclas, los platos y platinas y todo lo demás en la discoteca Nexus, para pasar posteriormente a Zodiac, donde asegura que compartió cabina con el cantautor Manolo Luna.
Otro de los locales en los que trabajó fue Galaxy y Skorpios, donde coincidió con Santiago Valero, el popular vendedor de discos. Pero el lugar en el que ya se profesionalizó fue El Paraguas, donde para entrar tuvo que realizar una prueba mezclando unos discos. "El Paraguas era un lugar innovador, con un sistema de sonido y luces sincronizadas que revolucionó la experiencia de las discotecas en Albacete, allí trabajé varios años y compartí cabina con otros pinchadiscos como Juan Carlos Cabrera".
Francisco Márquez recuerda que, en aquellos años, las discotecas tenían un ambiente único, "cada una tenía su propio estilo musical: Nexus era para parejas, La Cueva se especializaba en soul, y Skorpios en rock. Los horarios estaban limitados por orden gubernativa, y las sesiones solían ser por la tarde, aunque algunas discotecas, como El Paraguas, abrían toda la semana".

En cuanto a la música que se pinchaba, "era muy variada, desde éxitos internacionales como Smoke on the Water de Deep Purple y Hotel California de Eagles, los exitazos de ABBA o la popular Without you de Nilsson, hasta temas en español como El gato que está triste y azul de Roberto Carlos, y aunque no se ganaba mucho dinero -él compatibilizaba su labor de pinchadiscos con su empleo en una fábrica de botas de vino-, la pasión por la música lo compensaba todo".
La censura
Uno de los momentos más difíciles que vivió llegó con su detención por la Brigada Político-Social durante un evento escolar en El Paraguas. Se trataba del tema Fiesta, incluido en su álbum titulado Mi niñez, y que fue censurada por hablar de la nula necesidad de hacer una distinción entre clases sociales. El hecho en cuestión se produjo con motivo de la organización de una sesión para recaudar fondos con destino a un viaje de estudios. Tras preguntar a los organizadores qué cantautores querían escuchar, estos respondieron: "Bueno, pues Serrat, Víctor Manuel...". Márquez accedió y comenzó a reproducir canciones como Paxariños de Víctor Manuel y Cantares de Serrat.
Sin embargo, el problema surgió cuando pinchó Fiesta, una versión no censurada grabada en un concierto de Andorra, que un amigo le había enviado en una cinta. Esta versión, según Márquez, era "la original, no la que salió en disco", y para él era "una joya". El tema apenas duró dos minutos y medio antes de que la policía irrumpiera en el lugar. Uno de los agentes golpeó el cristal y le ordenó: "Quita la música y acompáñanos"; Márquez, intentando proteger la cinta, la escondió debajo del equipo.
Fue llevado a Comisaría, donde estuvo durante horas y le interrogaron. Un inspector le preguntó: "¿Usted que no sabe que esta canción está prohibida?", a lo que el disc-jockey respondió: "No lo sabía, no tenía ni idea", aunque en realidad lo sabía perfectamente, y optó por mantener su postura para evitar mayores problemas.
El interrogatorio se repitió más tarde, con otro agente preguntándole lo mismo, y Márquez insistió en su desconocimiento: "No lo sabía, no tenía ni idea". Finalmente, fue liberado, pero no sin antes advertirle: "Se va a ir usted a su casa, pero tenga usted en cuenta que lo vamos a vigilar muy de cerca". Este incidente ocurrió cuando Márquez tenía 17 años, en 1974, aunque había comenzado a trabajar en este tipo de eventos desde los 15, falsificando su edad para poder hacerlo.
El relato de Márquez refleja que el clima de represión cultural y política de la época llegaba hasta las discotecas. A pesar de la tensión y el riesgo, Francisco Márquez recuerda con orgullo cómo la música se convirtió en un acto de resistencia. Canciones como las de Serrat y Víctor Manuel, que hoy son consideradas clásicos, representaban entonces una forma de desafío ante un sistema que buscaba controlar hasta las expresiones artísticas. Aunque la lista de canciones prohibidas era mucho más amplia, e incluía temas como Al vent, de Raimon; L'estaca, de Lluis Llach; No nos moverán, de Joan Báez; The ballad of John and Yoko, de The Beatles o Just like a woman, de Bob Dylan, y por supuesto, Je t'aime... moi non plus, de Serge Gainsbourg y Jane Birkin.
No obstante Francisco Márquez guarda recuerdos entrañables de su época como DJ. Le encantaba interactuar con el público, comentar las canciones y mantener el ambiente animado. Y le viene a la memoria, con especial cariño cómo la gente vibraba con temas como I want you back, de Jackson 5; Hi, Hi de Paul McCartney; Cocodrile Rock de Elton John, o Starman, de David Bowie.
Esa década de los setenta fue, sin duda, la época dorada de las discotecas en Albacete, donde la música, las luces y el ambiente creaban un mundo alternativo a la rutina diaria para quienes las frecuentaban. Y la lista de discotecas siguió incrementándose, como sucedió en el verano de 1974 con Chopper, instalada en las antiguas dependencias del Bar Neptuno, en la carretera de Circunvalación.
Clientela gancho
Para entonces, y según un reportaje aparecido en La Voz de Albacete, las discotecas utilizaban "cierta arbitrariedad" con la clientela más o menos fija, "hay gente que paga y otra que pasa como si estuviera en su casa; hay gente menor de 18 años muchas veces. Hay trifulcas, a veces entre mujeres, y se asientan ciertas pandillas femeninas y masculinas como básica clientela gancho, que sería conveniente vigilar, no sólo por los dueños de las discotecas, sino de la autoridad, concluyendo el reportaje con la lacónica pero directa frase: "Bailar en Albacete debe ser más fácil".

En 1976 se inauguró otra nueva discoteca, Menphis, en la calle Torres Quevedo, que daría paso a una de las clásicas, Don Carlos, de Vicente Haya, y ubicada en Dionisio Guardiola con Torres Quevedo, y que echó a andar el 3 de abril de 1977. Incorporó como novedad, además de dos pistas, el vídeo en play-back, "que es algo así como ver actuar al artista que está cantando en el disco", publicó el periódico local, por lo que en la sesión inaugural el público disfrutó de las canciones de The Rolling Stone, Slade y Creedence Clearwater Revival.
Fueron años en los que la música disco ya mandaba en las pistas, y en los que la televisión, con programas como Aplauso, con su sección La Juventud Baila, lanzó a mover su cuerpo a las salas albacetenses. Uno de los momentos clave fue cuando una pareja albaceteña, formada por Paqui Martínez y Antonio Alfaro lograron clasificarse para actuar en el programa tras competir con otras 39 parejas en una larga sesión en la discoteca Xandro's. Corría el año 1980.
Fueron años de diversión, de cubateo, de imitadores de Tony Manero en Fiebre del Sábado Noche, o Marv Gómez, el hombre de cuero de Por fin ya es viernes, cuando la música disco reinaba indiscutiblemente en las discotecas, una lista a la que, con el tiempo, según nos recuerda Gonzalo Gil, se unieron otras muchas, "Chaplin en la calle del Tinte; Ícaro en la calle de la Caba; Anagrama en Teodoro Camino, posteriormente se denominó OK, y uno de los últimos establecimientos de este negocio que abrió en la capital fue la Macrodiscoteca Roxy, situada en la calle San Antonio, contaba con los últimos adelantos en iluminación y sonido, y estaba distribuida en dos plantas, era un local enorme".

Gran Pabellón, a camino entre cine de verano y baile. / ADELA HAYA
Estamos en la década de los ochenta, "pero poco a poco este tipo de locales fueron perdiendo adeptos hasta que, con el transcurso del tiempo prácticamente el 95% desaparecieron y otros se reestructuraron en lo que ahora se denominan pubs y esas cosas". Una larga lista la que nos recuerda uno de los impulsores de Fotografías antiguas de Albacete 2.0, que nos permite recordar a golpe de vista tiempos pasados de la ciudad. En esa nómina discotequera faltan otros nombres de esas noches de baile y diversión, pero el recorrido nos permite darnos una idea de lo que siempre fue y es Albacete a la hora de divertirse.
Así, tras los ochenta comenzó un lento pero constante declive para muchas de estas discotecas. A medida que avanzaba el tiempo, la oferta de ocio nocturno se diversificaba y los gustos del público comenzaron a cambiar. Y las discotecas o boites se reconvirtieron en lo que hoy conocemos como pubs y bares de copas.